jueves, 2 de julio de 2009

¿DE QUE SIRVE?, El Nuevo Siglo

Sábado 26 de junio de 2009

Asimetrías
¿DE QUE SIRVE?
Por Camilo Herrera Mora

En este maremoto de justificaciones del gobierno nacional y otras autoridades sobre diversos temas, es más fácil escribir un cuestionario abierto que una columna.

¿De qué sirve decir que no estamos en recesión?, ¿por qué decir que el precio de la gasolina no va a bajar?, ¿para qué saber por qué renunció el inspector de la Policía?, ¿por qué el presidente dice que acabo con el clientelismo?, ¿por qué culpar a un congresista por la caída de la ley de víctimas?

¿Para qué revivir la inmunidad parlamentaria?, ¿por qué reelegir la seguridad democrática?, ¿Dónde están los culpables de los falsos positivos?, ¿Por qué siempre dicen que respetan las instituciones y paso seguido critican sus acciones?

¿Por qué la clase media debe financiar la seguridad democrática y no el sector que se beneficia de ella?, ¿de qué sirve una reforma tributaria parcial?, ¿por qué mantener los ministros que no han dado los resultados prometidos?

¿Por qué insistir en los TLC cuando el problema es de demanda interna?, ¿Por qué hablar de salarios mínimos diferenciados?, ¿de qué sirve tener la menor recesión, si al final la tenemos?, ¿por qué tenemos choque de trenes?, ¿es bueno que vengan tantos funcionarios de la ONU a ver qué está pasando?

¿Por qué decir que el crimen de Luis Carlos Galán es un crimen de estado?, ¿de qué sirve hoy denunciar las violaciones de los derechos humanos de los grupos al margen de ley?, ¿para qué presentar proyectos de ley que no son viables?

¿Qué debemos esperar de la nueva reforma política?, ¿Por qué investigamos a nuestros jueces?, ¿Por qué no es claro a quien investigamos?, ¿para qué bajar las tasas de referencia si no se da liquidez?, ¿para qué aumentar los impuestos a la ventas cuando el consumo está deprimido?, ¿por qué no comenzar las inversiones públicas anticíclicas?

Pero la pregunta más importante quizá es, ¿todas estas justificaciones y situaciones son para mejorar al país o para mantenerlo donde esta?

Colombianada: ¿si las cosas están bien, hay tanta justificación?

Colombiador.blogspot.com

¿QUÉ VALORES NOS QUEDAN?, Revista Semana

¿QUÉ VALORES NOS QUEDAN?
Por Camilo Herrera Mora
Presidente de RADDAR
camiloherrera@raddar.net
Especial para la Revista Semana

Cuando pensamos en la fechas patrias sin duda nos remitimos a esos elementos que creemos hacen nuestra identidad nacional, como la música, las personalidades, nuestra historia, y sin querer olvidamos que nuestra identidad está claramente ligada a nuestra cotidianidad, y es allí donde están nuestros valores.

Los valores son los acuerdos que hacemos como personas sobre cómo se deben hacer las cosas, nos hablan de cómo queremos que sean las cosas, como afirma Guillermo Hoyos. Estamos de acuerdo en que no se debe matar y no se debe mentir, igualmente estamos de acuerdo que las cosas son de sus dueños y que todos debemos ser tratados iguales y libres. Desafortunadamente, las estadísticas dicen todo lo contrario: en 2.008 murieron asesinadas 12.007 personas, se reportaron 45.259 hurtos comunes y se dieron 340 secuestros según los datos de la Policía Nacional. Hasta listar 19.444 lesiones comunes, simples peleas, y esas son solamente las reportadas.

Por esto los valores o deseos en que estamos de acuerdo son conocidos como la moral de una sociedad, su cultura ciudadana, y cuando afrontamos estos valores ante situaciones particulares es donde aparece la ética; según Kierkegaard la ética es la reflexión filosófica de la moral, es decir, que es la reflexión que cada uno de nosotros hacemos frente a una situación que se nos presenta y la estructura de valores que tenemos; por ejemplo, cuando encontramos un billete de $10.000 en la calle lo más común es que lo guardemos para nosotros y nunca nos preguntamos de quien era el dinero ni mucho menos por qué tomamos algo que no nos pertenece simplemente porque lo encontramos; otro ejemplo es el padre que roba comida para sus hijos, que es el extremo de las motivaciones humanas, pero que se desdibuja cuando los padres ponen a los hijos – desde bebés – a trabajar en los semáforos para lograr el diario para vivir.

La moral la construimos todos pero nunca nos hemos sentado a hacerlo. Antes la religión nos daba un punto de partida como los mandamientos, después la constitución nacional nos planteó una moral pública fundamentada en los derechos del ciudadano, pero al final nunca nos hemos puesto de acuerdo en los valores que queremos tener ni mucho menos en los que necesitamos. Y aún estamos enredados en “ganar el pan con el sudor de nuestras frentes” y esperar que “nos den el pan de cada día”. Lo que sin duda nos llevar a esperar a que Dios no se lo pague.

Paralelamente, la confianza intenta tejer en estos vacios redes de cooperación entre las personas, partiendo del supuesto que a mayor confianza más facilidad en las relaciones personales, pero el Colombia la tasa de confianza interpersonal no alcanza el 20%, lo que significa que solamente el 20% de la población confía en su prójimo; lo que evidentemente causa que un acuerdo de palabra sea inexistente y que los contratos comerciales tengan por lo general más de dos páginas de cláusulas, que incluyen clausulas de manejo de conflictos.

Adicionalmente, en diversos estudios como los continuos de Invamer-Gallup, se demuestra que más de la mitad de la población no confía en las instituciones, lo que causa que la opinión pública siempre tenga una visión negativa de los dirigentes; aunque es que es natural que no confiemos en las instituciones democráticamente electas, ya que cada persona solamente pone su voto por una persona y se eligen varias, por ende, las personas solo confiarían en quien votaron.

En el Estudio Colombiano de Valores y sus diversas actualizaciones se puede apreciar que en un listado de valores tradicionales del llamado mundo libre (católico, democrático y capitalista), nuestra estructura de valores deseados es focalizada a los valores sociales y no a los económicos y productivos. Esto nos hace reflexionar sobre los valores que deseamos y los que necesitamos: lo colombianos queremos ser más responsables, más tolerantes, más generosos y más creyentes, mientras le damos menos importancia a ser independientes, ahorradores, perseverantes y determinados, y lo más llamativo es que listamos el trabajo como el último valor deseado.

Esto nos deja una serie de reflexiones profundas sobre nuestra colombianidad. Queremos que las cosas nos lleguen por las relaciones sociales y buscamos evadir la responsabilidad y hacer las cosas nosotros mismos. Por esto instituciones como Dios, Patria y Hogar son fundamentales para el colombiano ya que en ellas delegamos nuestras responsabilidades como el empleo. El colombiano, en general, no ha dado el paso a ser responsable de sus actos y por ende de sus logros, y el mejor ejemplo de esto es que admiramos a aquellos que sí lo han hecho como Juanes o los dueños de Servientrega.

¿Qué valores tenemos?, eso es simple de contestar pero difícil de asumir. En teoría se nos han inculcado los valores católicos, democráticos y capitalistas, y es aquí donde las cosas se complican, porque el “no codiciar los bienes ajenos” riñe directamente con el libre mercado y “no robar” es inexplicable en un sistema político permeado por la corrupción.

Los valores los formamos en general hasta los 15 años y después no tenemos variaciones importantes en estos campos, como lo afirma Inglehart. En esos primeros años de vida aprendemos que es lo bueno y lo malo, y comprendemos lo bueno que tiene lo malo y lo malo que tiene lo bueno. Entonces, por esto se puede seguir hacia dónde van los valores de los colombianos.

Hoy el colombiano promedio tiene cerca de 30 años, entonces los valores que hoy priman son aquellos que fueron inculcados a la población entre 1979 y 1999, es decir, en período del cambio constitucional, ruptura de los partidos tradicionales, de negociaciones de paz, de narcotráfico, de secuestros. Una época donde el dinero fácil se acentuó en la sociedad logrando que las personas consiguieran ser ricas en poco tiempo sin importar lo que pase con los demás. Y este es el valor que trasciende a la población: ganar fácil, ser el primero.

En esta época se dan dos fenómenos muy importantes. Primero, que la formación se delega a la sociedad, a los amigos y a los colegios, alejando a la familia de este proceso ante la necesidad de ambos padres de ser fuentes de ingresos para el hogar, debido a la falta de oportunidades del sistema. De aquí surge mucho del fundamento de ser el primero, ya que al haber pocas oportunidades, el que llegue primero las puede tomar, y entre más rápido mejor.

Segundo, la entrada en vigor del FENOVAL, concepto planteado por John Sudarsky, que significa que el colombiano tiene FE en información NO VALidada; es decir que creemos todo lo que nos digan, porque es más fácil aceptar las verdades a medias que confrontar lo que nos dicen con otras fuentes.

El colombiano por alguna razón que no es fácilmente comprensible busca siempre ser el primero y por eso admira a los que logran, y está dispuesto a hacer lo que sea para lograrlo, bajo argumentos como “no se debe pero se puede”, “otros lo hacen” y la tenebrosa frase “¿o qué, usted me lo va impedir?”. Esta dinámica social se entroniza desde que el Gobierno ha puesto un sin número de normas sin aplicarlas y llevándolas siempre a algún tipo de amnistías que al final burlan el espíritu de la norma, entonces el ciudadano siente que hay muchas normas y que no tiene que cumplirlas.

Esto hace que el colombiano católico-secular que hoy conocemos cuando llega frente a una situación de violar una norma no haga un ejercicio racional de costo beneficio ante el castigo por infligir la norma (rational choice), o busque una segunda mejor opción, ni mucho menos que asuma que el logro de un beneficio menor individual logra un mayor beneficio colectivo, como plantearía John Nash; por el contrario lo que hace es un análisis de riesgo: si violo la norma pueden atraparme o no; si me atrapan pueden sancionarme o no; si me sancionan puedo cumplir la sanción o no; si cumplo la sanción gano más al cometer el delito o no.

Este juego hace que el colombiano sea fuertemente individualista y vea las normas como un laberinto de obstáculos que debe evadir para lograr su meta de ser el primero, incluso ser el primero en llegar al semáforo en rojo, o parar el bus en cualquier lado para no hacer fila o hacer doble fila para girar.

Estos fenómenos no surgen de la competencia deportiva que busca premiar a los mejores, más parece que surge del reconocimiento social donde ser el primero es fundamental. El colombiano buscar ser el primero y estar con los primeros, desafortunadamente esto no significa ser los mejores y estar con los mejores.

Al final cada vez más el colombiano, que creció en un época de violencia, narcotráfico, se parece cada vez más Lazarillo de Tormes, un ladino como afirma Emilio Yunis, que hace todo por vivir cómodamente, con poco trabajo y mantenido por alguien. Los valores que nos quedan son los familiares, ya que aquí no han llegado estos fenómenos tan profundamente, ya que la familia es el punto base de las personas y su lugar más confortable, donde siempre se le justificarán sus acciones pese a ser erradas.

¿Qué hacer?, algunos planean la redacción de un nuevo Manual de Carreño, otros piden el rol de las familias y otros claman por autoridad, la verdad es que el cambio parte de cada uno, al darnos cuenta que no tenemos que ser los primeros sino los mejores y esa es la fase posterior a la cultura ciudadana: lograr que hagamos las cosas que quisiéramos que nuestros hijos hicieran y así saber qué es lo correcto y no lo fácil. Recordando siempre que la vida es lo primero.